Inicio
Círculos de Paz: Ultimate Frisbee para la Construcción de Paz en Latinoamérica
https://www.sportanddev.org/es/el-%C3%BAltimo/noticias/c%C3%ADrculos-de-paz-ultimate-frisbee-para-la-construcci%C3%B3n-de-paz-en-latinoam%C3%A9rica
Compartir
 
The URL has been copied
https://www.sportanddev.org/es/el-%C3%BAltimo/noticias/c%C3%ADrculos-de-paz-ultimate-frisbee-para-la-construcci%C3%B3n-de-paz-en-latinoam%C3%A9rica
Compartir
 
The URL has been copied
Equipo de ultimate frisbee
Hay una sensación especial al ver un frisbee volar. 

En su revolución constante y aletargada, sin prisa pero sin pausa, cada giro parece destilar una esencia embriagante. Induce cierto estado de trance, un ensueño a la vez lúcido e hipnótico, tan relajante como estimulante. El disco en vuelo pareciera estar suspendido en el aire por arte de magia, flotando ligero en el espacio sin esfuerzo alguno. Desafiando las leyes de la gravedad por un efímero instante, haciendo posible lo imposible, genera la ilusión de que se hubiera detenido el tiempo, así sea tan solo por un fugaz momento.
La palabra más adecuada que se me ocurre para describirlo es: paz.

 “Cuando un balón sueña,
sueña que es un frisbee.”

Stancil Johnson

Hay una sensación especial al ver un frisbee volar. 

En su revolución constante y aletargada, sin prisa pero sin pausa, cada giro parece destilar una esencia embriagante. Induce cierto estado de trance, un ensueño a la vez lúcido e hipnótico, tan relajante como estimulante. El disco en vuelo pareciera estar suspendido en el aire por arte de magia, flotando ligero en el espacio sin esfuerzo alguno. Desafiando las leyes de la gravedad por un efímero instante, haciendo posible lo imposible, genera la ilusión de que se hubiera detenido el tiempo, así sea tan solo por un fugaz momento.
La palabra más adecuada que se me ocurre para describirlo es: paz.
 

Ultimate Frisbee: un deporte de ensueño

El ultimate frisbee, o simplemente ultimate, es un deporte en equipo que se juega con un disco volador en una cancha con dimensiones similares a una de fútbol. El objetivo del juego es anotar un gol atrapando el disco dentro de una zona de anotación delimitada en cada extremo de la cancha. Para lograrlo, las 7 personas en cancha pueden hacer la cantidad de pases que quieran en todas las direcciones que quieran, pero no pueden desplazarse con el disco en las manos. Mientras tanto, las 7 jugadoras del equipo rival, harán lo propio y defenderán su zona de anotación tratando de interferir y bloquear los pases del equipo ofensivo para conseguir la posesión del disco.

Esta mezcla de ingredientes ya hacen que la cancha de ultimate sea un escenario idóneo para el espectáculo deportivo. Las exigencias técnicas, físicas y tácticas presentan una serie de retos que implican niveles asombrosos de talento, atletismo y disciplina. Además, al ser un deporte sumamente cooperativo, requiere grados elevados de coordinación, enfoque e inteligencia espacial.

Pero sus idiosincrasias no terminan ahí.

Por un lado es un deporte sin contacto, lo cual lo hace apto para todas las edades y tamaños de personas. También es un deporte que se juega en una modalidad mixta de género en todos los niveles de competencia, con hombres y mujeres, o niños y niñas, compartiendo la cancha como compañerxs y rivales. Esto lo convierte en un espacio privilegiado para abordar las relaciones de género.

Por último, es auto-arbitrado. Esto quiere decir que no tenemos árbitros ni otro tipo de jueces o figuras de autoridad centrales que dicten sentencias sobre el cumplimiento del reglamento. Somos los y las jugadoras quienes nos tenemos que poner de acuerdo a través del diálogo para resolver las disputas que emergen en la cancha y resolver nuestros propios conflictos de forma horizontal y cooperativa.

Por todas estas idiosincrasias, el ultimate es un deporte de ensueño para fungir como estrategia de Deporte para el Desarrollo y la Paz, y ha cambiado ya la vida de muchas personas, transformándonos radicalmente. Particularmente la cualidad auto-oficiada y mixta le dan un gran potencial como espacio pedagógico para abordar las relaciones de género de forma crítica y contribuir a la construcción de culturas de paz.

En consecuencia, habemos personas en distintas partes del mundo que estamos convencidas del poder especial que tiene el ultimate como herramienta de transformación social. Pensamos que este puede hacer contribuciones a la construcción de paz y regeneración del tejido social, particularmente en nuestras sociedades latinoamericanas, que están tristemente heridas y fragmentadas por una diversidad sin fin de violencias.


 

Espíritu de Juego y Culturas de Paz

Ponernos de acuerdo no siempre es fácil. De hecho, puede llegar a ser muy, muy difícil. Sobre todo cuando tenemos visiones, perspectivas, necesidades, deseos o intereses encontrados o mutuamente excluyentes, como es el caso en las competencias deportivas. En cierto sentido, esta es la definición básica del conflicto: una discrepancia entre lo que es y lo que puede ser o nos gustaría que fuera.

En consecuencia, el conflicto no es bueno ni malo en sí mismo, sino que es simplemente una dimensión intrínseca de la condición humana. Puede ser visto como una oportunidad para transformar las circunstancias en las que nos encontramos y acercarnos así hacia la realidad que queremos ver: ese mundo más bello y justo que soñamos y sabemos posible.

Para facilitar esta mediación del conflicto que es parte intrínseca de la vida, del deporte, y particularmente del auto-arbitraje, la comunidad del ultimate ha desarrollado un código de conducta que llamamos el “Espíritu de Juego”. Con el paso del tiempo, el Espíritu de Juego (EDJ) se ha convertido en la filosofía central, eje rector e insignia distintiva de nuestro deporte. La Federación Mundial del Disco Volador (WFDF por sus siglas en inglés,) lo define de la siguiente forma: 

“El Espíritu de Juego es [el] comportamiento consciente practicado por jugadores [y jugadoras] alrededor del mundo antes, durante y después de los partidos. Este [engloba] actitudes y habilidades como el buen conocimiento y aplicación de las reglas, la imparcialidad, el juego seguro y la consciencia espacial, comunicación clara y calmada. Y una actitud positiva y respetuosa hacia los compañeros de equipo, fans y los oponentes en un mutuo esfuerzo de proteger los principios básicos de disfrutar el juego.”

La esencia del EDJ es ese comportamiento consciente que menciona la definición, la cual invita a la autorregulación personal y comunitaria en aras de ser nuestra mejor versión a nivel individual y colectivo. También nos pide hacerlo antes, durante y después de los partidos: una provocación a extender esta praxis de autogobierno más allá de la cancha y llevarla a nuestra vida diaria, especialmente al ámbito social.

En los 50 y tantos años que han pasado desde su nacimiento en el estacionamiento de Maplewood Highschool en Nueva Jersey, el Espíritu de Juego se ha ido refinando. Se han emprendido esfuerzos por definirlo más claramente y homologar criterios para su evaluación, esto para poder premiarlo y reconocerlo más fácilmente, lo cual a su vez incentiva y habilita su práctica efectiva.

Hoy en día el EDJ está compuesto por 5 rubros observables y evaluables que los equipos califican después de cada partido. Al terminar la justa, ambos equipos se integran en un solo círculo, alternándose los miembros de un equipo con otro. Ahí se retroalimentan mutuamente sobre su Espíritu de Juego. Este ejercicio ritual arraigado en la cultura de nuestro deporte está completamente alineado con prácticas y principios de las culturas de paz y la justicia restaurativa. Busca abordar los conflictos que se hayan suscitado a lo largo del encuentro en aras de resolverlos y limar asperezas, así como reconocer los comportamientos que la comunidad reconoce como deseables. Es un ejercicio de salud comunitaria: lejos de señalar y sancionar, ambos equipos se integran en un mismo cuerpo social para procurar la reconciliación y sanación del tejido comunitario.

Los 5 rubros mencionados en la definición como actitudes y habilidades, se pueden traducir a competencias cotidianas que los seres humanos necesitamos poner en práctica para la resolución de conflictos y la cooperación efectiva, ambas indispensables para la vida en sociedad. Dentro de ellas se encuentran la identificación y transformación positiva de conflictos, la comunicación asertiva y escucha activa, la empatía e inteligencia emocional, el consentimiento y la autorregulación, el diálogo y la no-violencia. Todas estas son hebras elementales para tejer culturas de paz.

Los aportes particulares del ultimate a las culturas de paz son evidentes cuando adoptamos una noción de “paz positiva”. En esta no entendemos la paz simplemente como la ausencia de violencia, mucho menos como la ausencia de conflicto, ya que este es intrínseco a la condición humana. La “paz positiva” es la capacidad de transitar, tramitar y transformar nuestros conflictos de forma positiva y creativa por vías alternativas a la violencia, como son la cooperación y el diálogo, en todas las escalas: a nivel personal, interpersonal, grupal e intergrupal o social. En esencia, esto es lo que practicamos constantemente jugando ultimate, ya que tiene integrada en la auto-oficiación y el Espíritu de Juego una pedagogía para la transformación positiva de conflictos.

Este es el currículum profundo, lo que verdaderamente ensayamos a través del Espíritu de Juego. Sin prisa pero sin pausa, en cada entrenamiento, en cada partido, en cada desacuerdo que hay en la cancha, y en cada círculo de espíritu, estamos tratando de cumplir el sueño de acercarnos a esa mejor versión de nosotras mismas. Ese “yo” que es más atlético pero también más empático, ese equipo más exitoso pero también más unido y divertido, esa sociedad que convive de forma pacífica y armónica porque está organizada de forma más digna y justa, ese mundo que vale la pena cuidar porque en él caben y habitan muchos mundos diferentes, como dicen lxs compas zapatistas del Sureste de México.

Más allá del auto-arbitraje, el ultimate también tiene un potencial especial para integrar una perspectiva de género. Jugar de forma mixta hace del juego un espacio proclive para comenzar a reconocer las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, lo cual es un primer paso necesario para poder aspirar a transformarlas en el tiempo. Un ejercicio genuino de Ultimate para la Paz no estaría completo si no denuncia y visibiliza las violencias de género, particularmente en Latinoamérica.

Contamos con la fortuna de que el EDJ nos da herramientas prácticas para empezar a tener estos diálogos de manera más productiva que en otros espacios. La cultura de diálogo que promueve el Espíritu de Juego permite abordar temas como las relaciones de género de una forma más problematizadora, lo cual abre la puerta para la transformación de esa realidad social.

Esto es importante dada la condición históricamente masculinizada de los espacios deportivos. El hecho de que los deportes históricamente hayan sido pensados y diseñados por hombres para hombres, ha llevado a que la cultura dominante en los espacios deportivos se rija por lógicas masculinizadas que favorecen conductas agresivas, individualistas e hipercompetitivas por encima de otras más cooperativas, dialógicas y de cuidado. En este contexto social, la cultura de diálogo que fomenta el EDJ es una contracultura.

El EDJ nos entrena en algunas de las habilidades necesarias para poder abordar las relaciones de género en espacios mixtos de manera más sensible y por lo tanto más propensa a reconocer la violencia de género, que es tristemente una de las más normalizadas y nocivas en nuestras sociedades. La empatía, la apertura a la otredad, el diálogo, la escucha activa y demás habilidades sociales que promueve el EDJ se vuelven sumamente valiosas al momento de abordar estos temas, particularmente en espacios mixtos.

El EDJ tiene también la capacidad latente de enseñarnos sobre consentimiento y comunicación asertiva. Incita a marcar límites y también a respetarlos, a denunciar injusticias y también a responsabilizarnos de nuestras acciones para intentar resarcir los daños que podamos ocasionar. En este sentido tiene también un potencial especial como herramienta pedagógica para prevenir la violencia sexual, lamentablemente una de las formas más comunes de violencia de género, particularmente entre jóvenes.

En la publicación “Educar para una Cultura de Paz” el conflictólogo catalán y fundador de la Escola de Cultura de Pau, Ficenç Fisas, sintetiza la educación para la paz de la siguiente forma:

“La cultura de paz es una tarea educativa que pasa por educar en y para el conflicto, en desenmascarar la violencia cultural y el patriarcado, en educar para la

disidencia, el inconformismo y el desarme, en responsabilizarnos, en movilizarnos,

en transformar los conflictos, en llevar a cabo el desarme cultural, en promover

una ética global y en buscar un consenso fundamental sobre convicciones humanas

integradoras, entre otras cosas.”

Es en este sentido y bajo este entendimiento que vemos en la práctica del ultimate frisbee, en su cualidad mixta y auto-oficiada, enriquecida por el Espíritu de Juego como ética de transformación de conflictos, una estrategia sumamente potente de educación para la paz.

Los Dolores de Nuestra América

América Latina es la región más violenta del mundo. 

Podemos ver la problemática desde diferentes ángulos, pero desde la perspectiva social, económica, política, cultural, ambiental y, por supuesto, la de género, esta triste realidad se mantiene.

La delincuencia organizada, que se ha vuelto la institución insignia de la violencia en nuestra región, cobra más vidas hoy que los conflictos armados que sí están formalmente declarados como guerras. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el continente americano tiene la tasa más alta de homicidios del mundo por un amplio margen, concentrando 37% de los homicidios del mundo. La mayoría de estos suceden en Latinoamérica, que alberga tan solo un 8% de la población mundial. La Red de Jóvenes Constructores de Paz (UNOY, por sus siglas en inglés) reporta que tan sólo cuatro países latinoamericanos: Brasil, Colombia, México y Venezuela, reúnen el 25% (¡una cuarta parte!) de todos los asesinatos del mundo.

Todos estos datos nos dicen que el homicidio es una epidemia en nuestras sociedades. Basta tomar un periódico al azar en cualquiera de nuestros países para constatar que el asesinato es una forma de violencia sumamente común y normalizada en la región. Venganza, ajuste de cuentas, tomar justicia por mano propia, o como sea que se le llame, este fenómeno nos dice que la práctica del asesinato es vista como una forma válida de abordar el conflicto en nuestras sociedades. Esto es indicativo de una seria degradación del tejido social en una espiral de violencia que también permea en el plano cultural: lo que los estudios de paz han denominado “violencia cultural”.

Cabe notar que las personas jóvenes somos de las más afectadas por esta problemática. El informe de la UNOY afirma que el asesinato es la principal causa de muerte de la gente jóven. Esto, sumado al riesgo de reclutamiento por grupos armados, tanto los legales como ilegales, quiere decir que el simple hecho de ser jóven en Latinoamérica hoy en día, es un factor de riesgo en sí mismo.

Podemos hacer un análisis de las violencias que atraviesan nuestra región según la teoría de Johan Galtung, el fundador y principal pensador de los estudios de paz. Las violencias más visibles como asesinato y la delincuencia las podemos clasificar según su tipología como “violencia directa”. Estas están a su vez relacionadas con hechos más sutiles que su teoría llama “violencias estructurales” y se traducen a injusticias sociales. La violencia estructural más evidente en nuestra región es la inequidad económica.

Un informe de Oxfam titulado “Privilegios que Niegan Derechos” deja claro cómo en Latinoamérica la violencia estructural está íntimamente relacionada con la directa. El informe cita como ejemplo: “Un estudio de caso realizado en más de dos mil municipios mexicanos identificó un vínculo directo entre la desigualdad y la delincuencia”. No es de sorprender que Latinoamérica sea la región más violenta del mundo cuando “[e]n el ingreso per cápita, América Latina y el Caribe es la región más desigual del mundo seguida de los países subsaharianos”, como dice el mismo informe.

El documento pasa a señalar que esta desigualdad económica tiene fuertes implicaciones políticas y socioambientales. En el ámbito político, la extrema desigualdad económica resulta en un secuestro y erosión de la democracia perpetrado por las élites con poder económico, impulsando políticas y funcionarios que favorezcan el incremento de su acumulación de riqueza. En el ámbito socioambiental, resulta en la perpetuación de un modelo económico de extractivismo desmedido con fuerte impacto de degradación ambiental, pérdida de biodiversidad y vulneración de las poblaciones que habitan y defienden los territorios más depredados por este modelo.

Según una investigación de Mongabay con datos de Global Witness, Latinoamérica también es la región más peligrosa para ejercer el activismo ambiental y la defensa del territorio. En 2022, 9 de cada 10 asesinatos a defensores del territorio sucedieron en Latinoamérica. Ese mismo año, Colombia, Brasil y México fueron los países dónde más defensores del ambiente y territorio asesinaron en todo el mundo. Estos datos nos revelan una oscura realidad: defender la vida en nuestros territorios nos puede costar la muerte. Ser activista socioambiental en la región, es también un riesgo en sí mismo.

Por último, pero no menos importante, está la violencia de género, que tristemente también caracteriza a nuestra región. Según ONU Mujeres, América es la segunda región con la tasa más alta de feminicidios per cápita después de África. Quiero resaltar los siguientes datos de ONU Mujeres:

  • “En 2022, unas 48.800 mujeres y niñas murieron a manos de sus parejas u otros familiares en todo el mundo. Esto significa que, por término medio, más de cinco mujeres o niñas son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia.”
  • “Mientras que el 55% de los homicidios de mujeres son cometidos por sus parejas u otros miembros de la familia, solo el 12% de los homicidios de hombres se producen en la esfera privada.”
  • “Se calcula que, en todo el mundo, 736 millones de mujeres –casi una de cada tres– han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja, de violencia sexual fuera de la pareja, o de ambas, al menos una vez en su vida (el 30% de las mujeres de 15 años o más). Estos datos no incluyen el acoso sexual.”

El informe antes citado de Oxfam sobre desigualdad económica asevera que, sin importar los datos de qué sector o ámbito revisemos, las mujeres van a ser las más las más afectadas:

“Sí, en todos los ámbitos las mujeres siempre son las más excluidas. No importa si se mira dentro de cada quintil o decil; no importa si se revisa la lista del 1% más rico o la de las 101 personas más ricas de Latinoamérica; tampoco importa si se mide dentro de la población urbana o rural. Las desigualdades que afectan a las mujeres interactúan unas con otras y para enfrentarlas es necesario repensar y reestructurar todo el sistema de organización social y económica. Su origen está en las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres y los factores que inciden en su perpetuación son de carácter estructural y reproducen exclusiones históricas. Eso explica porqué, por ejemplo, pese a los avances logrados en el acceso y aprendizajes educativos, las mujeres aún no disfrutan de igualdad de condiciones en el mercado laboral. Existen más mujeres pobres que hombres pobres.“

En el informe antes citado de la UNOY, la violencia de género resultó ser también la que más comúnmente reportaron padecer las juventudes latinoamericanas.

En resumen: el simple hecho de ser mujer, ser joven o defender la vida en nuestros territorios latinoamericanos, representan por sí mismos una latente amenaza de muerte. Hoy celebro y agradezco a las mujeres jóvenes que cuidan la vida. Que sigan aquí con nosotrxs y continúen liderando el camino hacia ese mundo más bello, digno y justo.

Ultimate para la Paz en Colombia

Dentro del amplio y diverso panorama latinoamericano, el caso colombiano destaca como especialmente paradigmático. Es así porque albergó un conflicto armado interno que duró más de medio siglo, siendo en su momento el conflicto armado no-negociado más longevo del mundo y dejando su huella en generaciones enteras de colombianos y colombianas. También lo hace especial el haber dado pie a uno de los procesos de construcción de paz más profundos e inspiradores del mundo, compuesto por una serie de reflexiones y conversaciones a nivel nacional e intergeneracional a lo largo de décadas. En consecuencia, es también uno de los más estudiados.

Estudiar la historia del conflicto armado y proceso de paz colombiano puede ser muy iluminador para otras sociedades que actualmente atravesamos crisis de violencia e inseguridad como México y Ecuador. Quiero pensar que estamos a tiempo para tomar el caso colombiano como un prisma que nos permita mirar a un futuro posible si no actuamos pronto y cambiamos de rumbo antes de que nuestras sociedades se sigan degradando más en una espiral de violencia infinita.

El conflicto armado colombiano es paradigmático para los estudios de paz porque ejemplifica de manera muy clara la teoría de Galtung antes explicada. Esta estipula que manifestaciones de violencia directa como la confrontación armada tienen siempre sus orígenes en violencias estructurales como la injusticia social. Por lo tanto, concebir la paz meramente como un cese al fuego sin atender las violencias estructurales que son las causas profundas de la confrontación armada, no implicaría una transformación genuina y positiva del conflicto. Entonces, la construcción de una paz genuina en el caso colombiano y muchos otros, sería construir una paz con justicia social y dignidad.

Una revisión completa, rigurosa o exhaustiva del conflicto armado colombiano para dar contexto rebasa por mucho el alcance de esta publicación. Sin embargo, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición que fue fundada a partir del acuerdo de paz firmado en la Habana en 2016, hace una labor titánica al resumir más de medio siglo de conflicto en un Informe Final compuesto por 14 tomos que van acompañados de una plataforma digital transmedia llena de materiales interactivos que ayudan a su comprensión. Compuesto por un tejido de conversaciones grandes y pequeñas a lo largo, ancho y alto de la diversidad territorial de Colombia, el informe es el resultado de un ejercicio de escucha profunda a nivel nacional. El trabajo de la Comisión de la Verdad sobresale como un caso ejemplar de investigación social aplicada y comprometida con el pueblo; un despliegue masivo de ciencia ciudadana que busca comprender la realidad para transformarla.

La relación que hay entre la violencia directa de los diversos grupos armados y la violencia estructural de las injusticias sociales, políticas y económicas que dan forma al país y constituyen la esencia del conflicto, la enuncia de manera clara la propia Comisión en el resumen de su Informe Final, la Convocatoria a la Paz Grande:

“Colombia [está] entre los diez países más inequitativos del mundo, sumada a una descomunal concentración de tierra que se acrecentó durante la guerra interna y que les arrebató a los campesinos 8 millones de hectáreas, forzándolos a huir a las comunas urbanas, a tumbar selva y abrir frontera agrícola. Constatamos también la exclusión de los territorios y poblaciones indígenas y afros, y la imposición sobre éstos, de proyectos de minería y agroindustria que destruyeron sus entornos culturales y ecológicos, y agredieron selvas, montañas y ríos.”

La cita deja en claro la dimensión étnica y ambiental del conflicto, dos componentes definitorios de la región latinoamericana. Así como el conflicto tuvo una fuerte dimensión ambiental en sus causas, en su sostenimiento, y en sus efectos, también habrá de tenerla en el proceso de paz. El conflicto armado afectó fuertemente a la naturaleza y a quienes la habitan y la cuidan. Los territorios, la madre tierra y los pueblos que han sido históricamente sus custodios y defensores, son también sujetos de reparación; su reconstitución integral sería una prioridad para un proceso de paz genuino en la etapa del posacuerdo.

Si no se resuelven las causas sistémicas profundas del conflicto armado, es decir, las violencias estructurales que produjeron y sostuvieron la creación, propagación y crecimiento de los diversos grupos armados, no se podrá resolver el conflicto. En otras palabras: no se puede resolver el conflicto de forma genuina si no se cumplen a cabalidad los acuerdos de paz firmados por el Estado colombiano y las FARC-EP en la Habana. En este punto, no podemos dejar de denunciar el incumplimiento de los acuerdos por parte del Estado colombiano al no poder garantizar la seguridad de los más de 400 ex-combatientes de las FARC-EP firmantes de paz que hasta ahora han sido asesinados desde que dejaron las armas en 2016.

Por último, el informe sentencia onerosamente: “La Comisión da por sentado que si no se hacen cambios profundos al modelo de desarrollo económico del país, será imposible conseguir la no repetición del conflicto armado que se repetirá y evolucionará de formas impredecibles.”

*    *    * 

Sin embargo, el conflicto armado y el proceso de paz no son el único motivo de renombre que tiene Colombia. También son el indiscutible bastión Latinoamericano del ultimate. Se han consagrado como una de las potencias mundiales en nuestro deporte al llegar consistentemente al podio en competencias internacionales. Ejemplo de esto son sus últimas dos participaciones en los Juegos Mundiales organizados por el Comité Olímpico o el reciente campeonato en el mundial de clubes que ganó el club Revolution de Medellín, cuyo lema es “a través del deporte nos entrenamos para la vida”. 

Uno se preguntaría: ¿por qué? ¿Qué hace a Colombia diferente de otros países latinoamericanos como México y Venezuela, donde también se practica el ultimate ya desde hace décadas? Parte de la respuesta tiene que ver con la promoción del ultimate como una de las muchas estrategias que se han planteado entre los múltiples ejercicios de construcción de paz en las últimas décadas.

Al principio de los años 2000, una serie de jugadores y entrenadores visionarios tuvieron a bien promover el ultimate precisamente con esta perspectiva de construcción de paz, apalancando el poder del Espíritu de Juego. En consecuencia, se adoptó el ultimate en una serie de políticas públicas con enfoque de derechos y prevención de violencia en el departamento de Antioquia y en su ciudad capital, Medellín.

La gobernación del departamento de Antioquia 2012-2015 impulsó un programa llamado Entornos Protectores. Este llevó el ultimate como estrategia de reducción y prevención de violencias para juventudes en riesgo de reclutamiento forzado en los municipios más vulnerados del departamento. Hoy en día siguen activos muchos de los clubes que fueron fundados por jóvenes que se formaron como líderes deportivos a partir del programa. Las Águilas de Apartadó, Saurios de Necoclí, Foxes de Carepa y Lions de Mutatá, son tan sólo algunos ejemplos del legado que sembró este programa en la región de Urabá, misma que sigue siendo atravesada por una serie de violencias relacionadas a grupos armados hasta el día de hoy, acercándonos a cumplir una década de la firma del acuerdo de paz.

10 años antes de Entornos Protectores, en la ciudad de Medellín, el Instituto de Deporte y Recreación, Inder, incluyó el ultimate como parte de su programa Escuelas Populares del Deporte. Este es un programa con enfoque de derechos que busca hacer el deporte más accesible, ofreciendo actividades deportivas gratuitas todas las comunas de la ciudad. El programa tiene mayor acogida en los barrios más vulnerados, donde estás ofertas se reciben con fervor. Escuelas Populares del Deporte sigue ofreciendo clases de ultimate hasta el día de hoy, nutriendo a los clubes de la ciudad con jóvenes de diferentes partes de la urbe.

El éxito y fama internacional del que goza hoy el ultimate colombiano se debe en parte a estas dos políticas públicas de Ultimate para la Paz. Por un lado, Entornos Protectores descentralizó el ultimate en el departamento de Antioquia, lo cual aportó a su cimentación como una de las casas de poder en las competencias nacionales. Por otro lado, las jugadoras profesionales que hoy son las grandes estrellas del club Revolution y han sido infinitamente galardonadas en las competencias de ultimate más relevantes a nivel internacional, se introdujeron al deporte gracias a Escuelas Populares del Deporte, hace ya casi 20 años.

Lo que comenzó como una política pública de Deporte para la Paz en los barrios más afectados por diferentes violencias, se convirtió en sueños de volverse estrellas en el firmamento del ultimate, mismos que se materializaron en proyectos de vida como deportistas profesionales. Estos casos son muestra de que el Deporte para la Paz no está en conflicto con el deporte de alto rendimiento.

Sin embargo, el ámbito de las políticas públicas no es el único en el que se gesta el Ultimate para la Paz. En concordancia con nuestro ethos autogestivo, la mayoría de las iniciativas de Ultimate para la Paz más activas actualmente, surgen del ámbito comunitario. A continuación les presento algunas.

La Corporación Mundo trabaja con niños, niñas, adolescente y jóvenes (NNAJ) en un barrio del norte de la ciudad de Bucaramanga. Con un enfoque participativo, de educación popular y perspectiva de género, buscan cultivar habilidades para la vida a través del ultimate. Su metodología se llama “Ruta de los Sueños” y trata de servir como una guía para la construcción de proyectos de vida y aportar al desarrollo integral de estas niñxs y jóvenes en un contexto donde las oportunidades son limitadas.

Pacific Ultimate es un club de ultimate en el municipio de Tumaco, Nariño, en la costa sur del Pacífico Colombiano. Plantean el ultimate como un espacio para la construcción de paz en un entorno que a la fecha sigue envuelto en dinámicas de violencia armada. Pacific ha logrado que la cancha de ultimate en las playas de Tumaco sea un espacio de convivencia y reconciliación para grupos de jóvenes que en momentos han estado en bandos opuestos de grupos delictivos, borrando así fronteras invisibles que dividían a la comunidad. Ofrecen el ultimate como una alternativa para el uso del tiempo libre de jóvenes en riesgo de ser reclutados por grupos armados. Cambiando armas de juguete por discos, están apostando por un desarme cultural de niñxs y jóvenes en su comunidad.